El 14 de marzo de 1928 la iglesia hace públicamente a san Jerónimo Emiliani padre de los huérfanos y patrono universal de la juventud desamparada.

No debemos dejar pasar desapercibida la importancia de un acontecimiento tan solemne. Con tal proclamación la iglesia ha confiado a San Jerónimo Emiliani y a la comunidad Somasca en general no sólo la protección ante Dios de todos los huérfanos de cada país y de toda época, sino que ha querido también con su voz, intérprete segura de la acción del espíritu santo en las almas, dar una señal de reconocimiento oficial a la misión que él recibió de la divina providencia.

Como todos los santos, verdaderos campeones del Reino de Dios entre las almas, San Jerónimo se dedicó a muchas obras de misericordia: evangelizo a los marginados, especialmente a los campesinos y a la gente pobre; asistió y cuido de los enfermos en los hospitales, prodigándose por su salud corporal y espiritual; volvió a muchas almas descarriadas y pecadoras al fervor de la vida cristiana; se intereso por lograr la reconciliación en los problemas y en las contrariedades para que triunfase la caridad de Cristo; se recogió en la soledad para expiar, con la penitencia, sus pecados y los de los demás.

Pero, la misión a la cual Dios lo llamó de manera particular, el ideal altísimo que iluminó la existencia de Jerónimo y consumió su corazón en las llamas de una caridad ardentísima, fue el cuidado de los pobres huérfanos.